martes, 4 de enero de 2011

EL SINDROME DE HYBRIS


Aqui dejamos unos interesantes textos recopilados sobre el sindrome de Hybris (o Hibris) que últimamente estan apareciendo en prensa y circulando por la red. Pensamos que son de actualidad en los tiempos que corren. Para que cada uno saque sus propias conclusiones.

Si alguien tiene más artículos interesantes que podamos publicar no dude en enviarnoslos a:

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Un saludo:

SOBRE EL SINDROME DE HYBRIS

La hibris o hybris (en griego antiguo ὕϐρις húbris) es un concepto griego que puede traducirse como ‘desmesura’ y que en la actualidad alude a un orgullo o confianza en uno mismo exagerados que resultan a menudo en merecido castigo. En la Antigua Grecia aludía a un desprecio temerario hacia el espacio personal ajeno unido a la falta de control sobre los propios impulsos, siendo un sentimiento violento inspirado por las pasiones exageradas, consideradas enfermedades por su carácter irracional y desequilibrado, y más concretamente por Ate (la furia o el orgullo). Como reza el famoso proverbio antiguo, erróneamente atribuido a Eurípides «Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco.»

Este sentimiento le llevaba a cometer un error tras otro. Como castigo al “hybris” está la “Némesis”, que devuelve a la persona a la realidad a través de un fracaso. En el derecho griego, la hybris se refiere con mayor frecuencia a la violencia delirante [ebria] de los poderosos hacia los débiles. En la poesía y la mitología, el término fue aplicado a aquellos individuos que se consideran iguales o superiores a los dioses.

Una persona más o menos normal de repente alcanza el poder y al principio le asalta la duda de si será capaz de desarrollar esa actividad engrandecida de la política. Pero pronto sale de la duda porque empiezan a merodearle una legión de incondicionales que no cesan de felicitarle, darle palmaditas en la espalda y halagos, reconociéndole su valía. Y si al principio dudaba de su capacidad se transforma y comienza a pensar que está ahí por méritos propios. Y como no cesan los piropos y las palabras huecas ya se cree el rey del mambo y de él arriba, ninguno.

Es esta una primera fase pero pasa a la siguiente en que cree totalmente en todo lo que hace y dice, y piensa, en su narcisismo calenturiento, que menos mal que estaba ahí para solucionarlo. Si no es por él, todo se iría al garete. El iluminismo se apodera de él y su mundo se hace amplio y el de los demás estrecho; el suyo ilimitado y el de los demás, casi inexistente. Se convierte en infalible y se cree insustituible.

Y todo aquel que no asume sus ideas o las rebate ya es enemigo hasta personal y le indica el camino hacia el ostracismo.

Nunca entenderán por qué actúan así; dentro de su iluminismo caminan a ciegas y aunque terminen en la más absoluta soledad, antes de llegar dejarán muchos cadáveres en el camino.

“Los síntomas de la enfermedad del poder comienzan con un clima de sospecha hacia todo lo que rodea al poderoso, siguen con una sensibilidad crispada en cada asunto en donde interviene, se agrega después una creciente incapacidad para soportar las críticas y, más adelante, se acompaña de la sensación de ser indispensable y de que, hasta su llegada al poder, nada se había hecho bien” (E. Hemingway).

En general, la patología del enfermo del poder muestra una persona muy pretensiosa y explotadora, es decir, saca provecho de los demás. No puede identificarse con los sentimientos o necesidades de los otros, envidia o cree que la envidian y tiene actitudes constantemente arrogantes. Los síntomas de los enfermos de poder son elocuentes y comunes a todos los pacientes: exagerada confianza en sí mismos; desprecio por los consejos, alejamiento de la realidad; burlas públicas de otras personas; complejos de persecución e invento de historias y complots para asesinarlos; enemistarse con algunos periodistas y hacerse uña y carne con otros; confrontarse con los poderes fácticos. Se esfuerzan en hacer creer a los incrédulos que su plan de país o comunidad mira más allá de sus narices.

El historiador británico Arnold J. Toynbee, en su voluminosa Introducción al Estudio de la Historia (12 tomos), introdujo y utilizó el concepto de hibris para explicar una posible causa del colapso de las civilizaciones, como variante activa de la némesis de la creatividad.

Neville Chamberlain, Hitler, Margaret Thatcher en sus últimos años, George Bush, Tony Blair, Aznar, Chavez y puede que ZP son solo algunos de los líderes que han sucumbido al “Hibris”, un problema que no está caracterizado como tal por la medicina, pero que tiene síntomas fácilmente reconocibles, entre los que destacan una exagerada confianza en sí mismos, desprecio por los consejos de quienes les rodean y alejamiento progresivo de la realidad.

“Las presiones y la responsabilidad que conlleva el poder termina afectando a la mente”, explicaba Lord Owen al diario “Daily Telegraph”, que ha recogido en su nuevo libro “In Sickness and in Power” (“En la enfermedad y en el poder”) las conclusiones de seis años de estudio del cerebro de los líderes políticos. “El poder intoxica tanto que termina afectando al juicio de los dirigentes”, dice en su libro.

Llega un momento en que quienes gobiernan dejan de escuchar, se vuelven imprudentes y toman decisiones por su cuenta, sin consultar, porque piensan que sus ideas son las correctas. Por eso, aunque finalmente se demuestren erróneas, nunca reconocerán la equivocación y seguirán pensando que están en la senda correcta. Son megalómanos.

En efecto la megalomanía es un estado psicopatológico caracterizado por los delirios de grandeza, de poder, de riqueza u omnipotencia -a menudo el término se asocia a una obsesión compulsiva por tener el control. La palabra deriva de dos raíces griegas, manía (obsesión) y megas (grande). A veces es un síntoma de desórdenes psicológicos como el complejo de superioridad o la compulsión eufórica, donde el sujeto aquejado de esta perturbación tiende a ver situaciones que no existen, o a imaginarlas de una forma que sólo él termina creyéndose. Las puede emplear para manipular sentimientos y situaciones de cualquier tipo. Es un mal estudiado por los especialistas desde tiempos muy remotos. Los ejemplos históricos más comunes están dados por los emperadores más crueles, los monarcas absolutistas o los dictadores.

Una persona más o menos normal se mete en política y de repente alcanza el poder o un cargo importante. Internamente tiene un principio de duda sobre si realmente tiene capacidad para ello. Pero pronto surge la legión de incondicionales que le felicitan y reconocen su valía. Poco a poco, la primera duda sobre su capacidad se transforma y empieza a pensar que está ahí por méritos propios. Todo el mundo quiere saludarle, hablar con él, recibe halagos de belleza, inteligencia… y hasta seduce.

Esta es sólo una primera fase. Pronto se da un paso más “en el que ya no se le dice lo que hace bien, sino que menos mal que estaba allí para solucionarlo y es entonces cuando se entra en la ideación megalomaníaca, cuyos síntomas son la infalibilidad y el creerse insustituibles”. Es entonces cuando los políticos “comienzan a realizar planes estratégicos para 20 años o más, como si ellos fueran a estar todo ese tiempo, hacer obras faraónicas o a dar largos discursos, peroratas y disertaciones sobre temas que desconocen”.

Pero no queda aquí la cosa. Tras un tiempo en el poder, los afectados por el “hybris” padecen lo que psicopatológicamente se llama “desarrollo paranoide”.

Todo el que se opone a él o a sus ideas son enemigos personales, que responden a envidias. Puede llegar incluso al trastorno delirante, que consiste en sospechar de todo el mundo que le haga una mínima crítica y a, progresivamente, aislarse más de la sociedad.

Necesitan rodearse de una camarilla de aduladores o cortesanos, que gozan de un estatus privilegiado, a cambio del apoyo para ejecutar sus ideas y ser un cortafuegos entre ellos y la plebe. Estos muchas veces son mas peligrosos y radicales que su amo, pues necesitan justificar continuamente su privilegiada situación para perpetuarse en su cargo y no dudan de utilizar todo su poder o influencia, machacando al pueblo y subordinados, para parecer buenos y eficaces siervos a los ojos del dueño o señor que les alimenta.

“Y, así, hasta el cese o pérdida de las elecciones, donde, tras el derrumbe repentino de su castillo de naipes, se desarrolla un cuadro depresivo ante una situación que no comprende”.

(Fuentes: Artículos y documentos extraidos de la prensa e Internet)

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